Eligio Tejedor deja caer sus dedos sobre el cuero templado del tambor de cuña que está esculpiendo. El sonido se esparce por toda la casa. El ritmo que desprende su tambor invita a todos a bailar.
Lleva cuatro días confeccionando el instrumento y aunque parece que ha terminado, le preocupa el sonido. Para este músico veterano, la melodía debe ser perfecta, por eso ajusta el cuero y nuevamente hace una descarga de palmadas que hace vibrar el tambor. Asienta con la cabeza y solo entonces suelta la frase de victoria: “El tambor está listo”.
Tejedor ha pasado los últimos 50 años fabricando de forma artesanal el tambor, la caja y el repicador. Nació con un talento: transformar la madera en un instrumento de percusión.
La música lo atrajo desde pequeño. Recuerda que aprendió observando y a los 20 años se animó a confeccionar su primer tambor, lo demás es historia.
Sus tambores han llegado lejos. Mientras levanta la mano derecha y la maniobra, dice que sus instrumentos han llegado a Canadá, Estados Unidos y Costa Rica. A nivel local son reconocidos en el festival del Manito Ocueño.
En la comunidad de Los Carates, distrito de Ocú, provincia de Herrera, se le conoce como el maestro del tambor. Sus años de experiencia le preceden. Esa es la principal razón por la que los músicos están casi obligados a recurrir sus servicios cuando desean un tambor, una caja o un repicador.
El taller de este herrerano de 72 años es un lugar sencillo, desprovisto de cualquier lujo. Aquí lo que impera es el conocimiento.
Armado con sus instrumentos, machete y escoplo, Eligio les da forma a sus instrumentos. Es un proceso complejo, porque no se trata únicamente de darle forma al tambor, también debe afinarlo.
El primer paso consiste en escoger la madera correcta. Siempre apuesta por el cedro amargo. Luego de darle forma al cilindro, debe forrar el tambor con cuero de vaca. El ajuste debe ser perfecto y eso se consigue con cuerdas que tiran de cuñas ubicadas en el centro del instrumento. Otra cuerda se añade con el objetivo de que el ejecutante pueda colgarlo en su hombro.
Para corroborar que la caja que ha traído a este mundo tenga el sonido adecuado, Eligio hace alarde de su faceta como músico. En escena aparecen los bolillos que ha esculpido, con los que hace sonar el cuero. “Hay ritmo en la caja”, dice con una gran sonrisa.
Trabajador incansable
Mientras sonaba la caja, Eligio recordó aquellos días en que trabajaba la tierra. En ese tiempo se pagaban dos dólares el día de trabajo. Eran faenas duras con poca remuneración. Para esa época no había empresas, fábricas o instituciones que pagaran un seguro social, por eso nunca pudo acceder a un programa de protección social.
A igual que Eligio, unos 121,712 panameños que no cotizaron un seguro social reciben una transferencia monetaria que les permite cubrir su alimentación, acceso a medicamentos y productos de primera necesidad.
La venta de los tambores es cíclica, depende de las festividades, -indica Eligio- es una profesión hermosa que me ayudó a criar a mis hijos, pero en estos días no se piden tambores como en otros años, por eso ingresé al programa 120 a los 65.
“Trabajé muy duro como agricultor, como músico y como artesano, pero no pude acceder a una jubilación que me permitiera tener un ingreso en mi vejez”, precisó.
Sin duda, Eligio es un panameño que le gusta su trabajo. Con su música y con la confección de tambores ha engrandecido la música folclórica de nuestro terruño. Asegura que a sus 72 años tiene mucho que aportar y que mientras existan músicos que quieran tocar un tambor, él estará en su taller dando riendas sueltas a su imaginación, creatividad y empeño, para que el cuero siempre retumbe al son de los tamboritos.